Homenaje a un arbolito amigo




     
   El espinillo es un árbol típico de nuestras sierras cordobesas. También conocido como aromo o aromito. Es un árbol recio, sufrido, resistente a las sequías; no tiene gran porte pero su figura austera se engalana en primavera con pequeñas y numerosas flores de un amarillo intenso, muy bellas y fragantes, que lo recubren todo. Su tronco es leñoso, mientras que sus ramas presentan espinas agudas, con hojas también pequeñas y abundantes, lo que proporciona una sombra algo rala, aunque fresca y amable.

     No es frecuente hallarlo en la ciudad. Sin embargo, como citadinos amantes de nuestra flora autóctona y, en particular, de las características de esta especie, un día trajimos semillas recogidas en las sierras, donde abunda. En casa germinó y creció nuestro querido espinillo hasta alcanzar a ser, tras unos años, un hermoso ejemplar, embelleciendo el fondo de nuestro pequeño patio. Pero, con el tiempo, por razones edilicias y de cierto deterioro en su tronco, se hizo inevitable tener que desprendernos de él en estos días.

     No fue sino con dolor, y con dolor le rindo este humilde homenaje. Una despedida en tono de haiku. Tan humilde como ese amigo que ya no está, lleno de silencios y de significados...


Repica el hacha
su adiós al espinillo.
Nubes de invierno.

     
     Desde entonces, el patio ya no es el mismo. Se extraña su figura, su compañía, y sabemos que ya no veremos más la irrupción de aquellas flores doradas y el verdor renovado en cada primavera, en contraste con el tono apagado de sus ramas bajo el rigor invernal... 
     
     Habitante, ahora, del recuerdo y la nostalgia.


La pared blanca
―ya ausente el espinillo―
con otras sombras.