Un haiku, Juan Carlos, de los que yo llamo “estéticos”. O sea, una bella imagen expuesta de un modo tremendamente cuidado, una escena captada en toda su belleza estética. Cuando el fuego del sol se apaga reaparece en el bosque. Alguien podría pensar que el incendio del bosque es simbólico y, por tanto, una cuestión estética. El haiku invita a ello. Sin embargo, alguna vez me has hablado de los incendios que asoman con cierta frecuencia los bosques de los alrededores de tu ciudad. Si es literal, por tanto, ese incendio del bosque, entonces el haiku encierra una gran tragedia y su “lado estético” también ¿Es así? Ya no seria un haiku estético sin más, sino un haiku terrible en el que se da una, en cierto modo, cruel ironía, una gran nostalgia.
Gran comentario, Carlos. Te lo agradezco de corazón.
Puede que el haiku invite a tener esa sensación estética, pero lamento decirte que surge de un hecho terrible. Los incendios en nuestras serranías (próximas a la ciudad) son devastadores, difíciles de controlar, arrasan miles y miles de hectáreas, pese a los denodados esfuerzos de las múltiples brigadas de bomberos y asistencia aérea.
En el haiku, ese sol rojizo se debe a la permanencia del humo en la atmósfera; va más allá del efecto crepuscular que acostumbramos ver. Y el contraste es evidente: el sol se va apagando, pero las sierras no. Por el contrario, arden días y noches enteros. Pero, este haiku, al igual que otro que encontrarás un poco más abajo, los une ese vínculo desgraciado y un tremendo dolor. La vida que se extingue en cada uno de estos desastres es muy grande. Las personas pueden ponerse a salvo por sí mismas o ser evacuadas, pero infinidad de animales pequeños o grandes, crías, nidos, insectos, roedores, reptiles, etc. quedan presos de las llamas. Y tanto como eso, las especies de la flora autóctona que desaparece y demoran años en recuperarse.
Este es el infeliz panorama, mi querido amigo, que dio lugar a esta composición. Ojalá hubiera sido solo la belleza de un atardecer, al que tantas veces también he dedicado algún haiku. Esa belleza y nostalgia del día que se extingue, y con él algo de nosotros: ese aware de los japoneses.
Sí, Juan Carlos. Me lo dijiste en cierta ocasión... Y te entiendo perfectamente. Se me ocurre que el segundo verso es el que da lugar a mi doble interpretación. Hecho ahí de menos alguna indicación que me saque de ese esteticismo que me ha despistado. Una referencia al humo, por ejemplo. No es lo mismo, pero por explicarme de alguna manera: “Un sol rojizo / detrás de la humareda. / La sierra arde”. (O: “detrás de un leve humo”). Bueno. Son cosas mías... 🥺
4 Comments:
Un haiku, Juan Carlos, de los que yo llamo “estéticos”. O sea, una bella imagen expuesta de un modo tremendamente cuidado, una escena captada en toda su belleza estética.
Cuando el fuego del sol se apaga reaparece en el bosque. Alguien podría pensar que el incendio del bosque es simbólico y, por tanto, una cuestión estética. El haiku invita a ello. Sin embargo, alguna vez me has hablado de los incendios que asoman con cierta frecuencia los bosques de los alrededores de tu ciudad. Si es literal, por tanto, ese incendio del bosque, entonces el haiku encierra una gran tragedia y su “lado estético” también ¿Es así?
Ya no seria un haiku estético sin más, sino un haiku terrible en el que se da una, en cierto modo, cruel ironía, una gran nostalgia.
Incendios que ASOLAN
Gran comentario, Carlos. Te lo agradezco de corazón.
Puede que el haiku invite a tener esa sensación estética, pero lamento decirte que surge de un hecho terrible. Los incendios en nuestras serranías (próximas a la ciudad) son devastadores, difíciles de controlar, arrasan miles y miles de hectáreas, pese a los denodados esfuerzos de las múltiples brigadas de bomberos y asistencia aérea.
En el haiku, ese sol rojizo se debe a la permanencia del humo en la atmósfera; va más allá del efecto crepuscular que acostumbramos ver. Y el contraste es evidente: el sol se va apagando, pero las sierras no. Por el contrario, arden días y noches enteros. Pero, este haiku, al igual que otro que encontrarás un poco más abajo, los une ese vínculo desgraciado y un tremendo dolor. La vida que se extingue en cada uno de estos desastres es muy grande. Las personas pueden ponerse a salvo por sí mismas o ser evacuadas, pero infinidad de animales pequeños o grandes, crías, nidos, insectos, roedores, reptiles, etc. quedan presos de las llamas. Y tanto como eso, las especies de la flora autóctona que desaparece y demoran años en recuperarse.
Este es el infeliz panorama, mi querido amigo, que dio lugar a esta composición. Ojalá hubiera sido solo la belleza de un atardecer, al que tantas veces también he dedicado algún haiku. Esa belleza y nostalgia del día que se extingue, y con él algo de nosotros: ese aware de los japoneses.
Otro gracias, Carlos. Un gran abrazo.
Sí, Juan Carlos. Me lo dijiste en cierta ocasión... Y te entiendo perfectamente.
Se me ocurre que el segundo verso es el que da lugar a mi doble interpretación. Hecho ahí de menos alguna indicación que me saque de ese esteticismo que me ha despistado. Una referencia al humo, por ejemplo. No es lo mismo, pero por explicarme de alguna manera: “Un sol rojizo / detrás de la humareda. / La sierra arde”. (O: “detrás de un leve humo”).
Bueno. Son cosas mías... 🥺
Post a Comment